A los desposeídos, a los hastiados de su miseria, barro entre los dedos y lágrimas secas en su triste realidad; hogares que no dependen de techo (o más bien se encuentran ausentes de éste ante la interperie) y niños contentos corriendo trás los invasores.

Días atrás, decidí agradecer el doble a quien hace algo por mí, y el triple a quien no lo hace, ya que me recuerda que tengo los medios, las herramientas, las posibilidades y el ánimo de hacerlo yo mismo.

Caminé entre chabolas, divisé 50 niños hermanos, talvez  todos se llaman igual, digamos que Pablo, todos de diferente madre, todos sumidos en un mar de dudas y una efímera alegría, todos sin zapatos, sin ropa, sin techo, sin padre. Todos estudiantes y aprendices, aprendices de malos ejemplos así como de duras lecciones a sus cortas edades; aquí comer una vez a la semana SI TIENE PRECIO.

Pablo todos los días del mundo aspira dormir con una cobija y en una cama, ciertamente el cartón calienta bastente, pero el invierno entre latas y pisos de tierra, se convierte en una irremediable trampa que obliga a desear vivir en una casa como la que tienes, esa misma donde estas leyendo. Pablo no desperdicia su tiempo en el ordenador, sabe que algo bueno puede encontrar en los bajos del río, quizás chatarra que vender, o juguetes tirados a la basura, donde suele encontrar con qué matar el hambre.

Pablo sabe la diferencia entre el frio y el frio, al menos así lo explica, frio se siente en la piel, sin tener abrigo, ni sandalias, ni zapatos ni colchón, el frio carcome los huesos, el frio mata el hambre después de tres días sin comer. Pero también conoce un segundo frío, el que reposa en un arma de fuego hechiza, con tuvos de cañería y tape, el que se siente en la cabeza cuando disparas, el que ha sentido tras la muerte de varios de sus amigos, o enemigos, en sus manos, en las de sus amigos, ese frio calumnioso, que corroe el alma y congela el espíritu. Pablo conoce bien ese frio, porque él ya fue frio algunas veces atrás.

~ por mikekj en 15 septiembre 2010.